R. Walser a
Albert Steffan: Lamento la ausencia de las cosas pequeñas, de lo cotidiano,
cuyo movimiento refleja la imagen del mundo, pues ¿no es cierto, señor mío, que
hoy por hoy nos han convertido a todos en seres insignificantes?
miércoles, 18 de junio de 2014
Paseos nocturnos
Me
levanto a pasear por el llamado "huerto" que hay detrás de la casa. Sin
nada de luz en la escalera de piedra, voy pisando cierta clase de bichos que
sólo aparecen cuando el sol se ha ido. Los primeros de la lista que me producen
gran desazón son los caracoles; cuando los has pisado, sobre todo si son ya
adultos bien diferenciados, se convierten en un amasijo de vísceras y pedazos
de concha que aún se convulsionan un buen rato; parecido al caracol común está
ese otro, alargado y rastrero, negro, de cáscara muy dura, aún peor, que se
alimenta de carne y hojas en descomposición, hay tantos que es imposible
evitarlos y al pasar sobre ellos, parece que se camine quebrando cristales muy
finos, lo mismo que ocurre con la cochinilla de la humedad, un animal sin alma,
todo corteza, cobardón, que apenas intuye un peligro cercano se retuerce sobre
sí mismo y forma una perfecta bola negra. A todos los vigila, como un faro, un
tipo de larva luminiscente, enredada en los matojos, seguramente venenosa, que
se creerá algo importante en la escala de los insectos por disponer de esa luz
que le hace parecer más despierta que a los demás, aunque su función es
exclusivamente la de, mediante ese falso brillo, mantener las distancias con
sus depredadores naturales o buscar un amoroso acoplamiento.
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