miércoles, 25 de junio de 2014

Paseos nocturnos, II





Los insectos nocturnos, definitivamente, tienen algo de siniestro, yo no sé por qué; viven en su mundo a oscuras, escondidos, como si qusieran ocultar algo, como si hubiesen sido castigados y degradados, expulsados de algún ideal paraíso de insectos por haber cometido alguna tropelía sin nombre; viven agobiados, recordando su condición de fogoneros, desconfían de todo y todos; muchos de ellos se desplazan entre babas y la mayoría, aunque simulan ser inofensivos hervíboros, en realidad se alimentan de carroña.
En contraste con estos insectos nocturnos  y para alegrarme la vista, vino por aquí anoche un orondo escarabajo, con un gran cuerno delantero que le hacía parecer un rinoceronte en miniatura. Los escarabajos son tipos simpáticos, que despliegan a su paso una gran humanidad. No he visto bicho más confianzudo ni más satisfecho consigo mismo que el humilde escarabajo que sólo le pide a la vida un poco de tranquilidad, no apurarse, porque, en el fondo, con tan poca voluntad como demuestran tener, ellos no pretenden nada sino seguir el camino que le han trazado por nacimiento. Desde luego, tienen pocas luces y su aspecto bobalicón los hace catedráticos de la indiferencia.
La figura que componía el escarabajo en el patio era más bien risible. El animal avanzaba al paso de una vieja gorda y reumática, moviendo apenas sus patas, como si le circulara mal la sangre. Avanzaba con tal lentitud que prácticamente estaba parado, recluido en una especie de falta de decisión para dirigirse a ningún sitio o como si hubiese errado el camino hacia el cementerio de escarabajos y no supiera qué hacer entonces. Yo creo que avanzaba sólo mentalmente, caminando por algún sendero que nada más existía en su imaginación.
Por desgracia, este ensimismamiento debió de ser fatal para él, pues esta mañana me he encontrado al dignísimo coleóptero no mucho más allá de un metro de donde lo había dejado, definitivamente quieto, aunque, paradójicamente lleno de vida: un ejército de hormigas (de las que había numeroso almacén en su interior) se lo llevaban a pedazos, sin mucha delicadeza; me pareció entender que, incluso, con una cierta desgana.