Los
insectos nocturnos, definitivamente, tienen algo de siniestro, yo no sé por
qué; viven en su mundo a oscuras, escondidos, como si qusieran ocultar algo,
como si hubiesen sido castigados y degradados, expulsados de algún ideal
paraíso de insectos por haber cometido alguna tropelía sin nombre; viven
agobiados, recordando su condición de fogoneros, desconfían de todo y todos;
muchos de ellos se desplazan entre babas y la mayoría, aunque simulan ser inofensivos
hervíboros, en realidad se alimentan de carroña.
En
contraste con estos insectos nocturnos y
para alegrarme la vista, vino por aquí anoche un orondo escarabajo, con un gran
cuerno delantero que le hacía parecer un rinoceronte en miniatura. Los
escarabajos son tipos simpáticos, que despliegan a su paso una gran humanidad.
No he visto bicho más confianzudo ni más satisfecho consigo mismo que el
humilde escarabajo que sólo le pide a la vida un poco de tranquilidad, no
apurarse, porque, en el fondo, con tan poca voluntad como demuestran tener,
ellos no pretenden nada sino seguir el camino que le han trazado por
nacimiento. Desde luego, tienen pocas luces y su aspecto bobalicón los hace
catedráticos de la indiferencia.
La
figura que componía el escarabajo en el patio era más bien risible. El animal
avanzaba al paso de una vieja gorda y reumática, moviendo apenas sus patas,
como si le circulara mal la sangre. Avanzaba con tal lentitud que prácticamente
estaba parado, recluido en una especie de falta de decisión para dirigirse a
ningún sitio o como si hubiese errado el camino hacia el cementerio de
escarabajos y no supiera qué hacer entonces. Yo creo que avanzaba sólo
mentalmente, caminando por algún sendero que nada más existía en su
imaginación.
Por
desgracia, este ensimismamiento debió de ser fatal para él, pues esta mañana me
he encontrado al dignísimo coleóptero no mucho más allá de un metro de donde lo
había dejado, definitivamente quieto, aunque, paradójicamente lleno de vida: un
ejército de hormigas (de las que había numeroso almacén en su interior) se lo
llevaban a pedazos, sin mucha delicadeza; me pareció entender que, incluso, con
una cierta desgana.